Hoy hace 10 años que me bajé para siempre de los escenarios después de 23 años en la pachanga, a saber, la música serie B, el sucedáneo de las actuaciones de los ídolos del público, un museo de cera donde los clientes pueden (con bastante imaginación) creer que estan ante sus rockstar favoritos.
No fueron precisamente los mejores años de mi vida aunque algunas cosas buenas tuvieron;  Se viaja mucho, se comparten buenos momentos con los amigos, el calor del público (a veces), las risas de furgoneta y aquellas raras ocasiones en las que alineándose los planetas todo sale bien: Buen escenario, buenos camerinos, público abundante y entregado, buen sonido en monitores, barra libre y chicas risueñas. Por lo demás la pachanga es un trabajo duro, escaso de comodidades, expuesto a múltiples peligros y poco saludable, sobre todo para el hígado y los pulmones.Lo normal es tocar en un tablao cutre y de precaria estabilidad para un público incansable e irascible. Lo normal es aguantar cansinos y borrachos durante muchas horas cada noche bajo el sofocante calor de los focos a muchos kilómetros de casa, comer mal y dormir peor, lo normal es bregar con representantes analfabetos, concejales o alcaldes iracundos y situaciones surrealistas como, por ejemplo, coincidir en tiempo y lugar con un festejo taurino.
Un trabajo gris sin subsidios, bajas por enfermedad, seguro médico ni dias de asuntos propios, un trabajo sostenido por la ilusión de los que amamos la música pasando por él como trámite para la otra música, la de verdad, la buena. ¿Conseguí mi sueño de llegar a esa deseada meta? ¿Qué saqué de esos años aparte de montañas de anécdotas, un puñado de buenos amigos, dos tendinitis en la mano izquierda, fobia a los festejos ruidosos y una cuenta corriente en números rojos merced a una lamentable gestión?